martes, 8 de abril de 2014

VIVIMOS EN EL FAR WEST ?

Argentina far west

Es imposible entender la seguidilla pavorosa de hechos de criminalidad que se vienen produciendo en la Argentina desde la óptica de una década supuestamente ganada.
Hace ya varios años que la Argentina traspasó la frontera que permitía al gobierno atribuir a un pasado infernal las amargas tribulaciones del presente. Dentro de 50 días el kirchnerismo cumplirá 11 años interrumpidos en el poder. Nadie gobernó tanto tiempo la Argentina desde que este país es una nación soberana. Perón y Menem se quedaron cortos en esta carrera. Once años después, el escenario que se ofrece ante los ojos de la sociedad es tenebroso: linchamientos, balaceras a plena luz del día, asesinatos de especial crueldad, todo transmite un clima de desasosiego y miedo que resulta imposible ocultar. ¿Imposible? No al menos para la locuaz tropilla mediática que desde el gobierno y también mediante sus numerosos portavoces intelectuales pretende alegar que no hay tal 'inseguridad' colectiva.
En un punto no se equivocan; no es que haya poca seguridad en la Argentina. Lo que se advierte en las grandes concentraciones urbanas es un feroz incremento de la criminalidad, pura y dura. A la gente que estuvo cerca del robo del Banco Comafi anteayer en Bernal no le pueden hablar de pamplinas con tanta impunidad. Muchos se preguntan: ¿por qué no se radica en el Gran Buenos Aires, pero sin custodia, el cada vez más incandescente juez de la Corte Suprema, Raúl Zaffaroni? En sus casi semanales filípicas a través de los medios amigos, Zaffaroni sigue negando con olímpica insensibilidad el pánico en medio del que viven centenares de miles de argentinos que andan por la calle agarrotados de miedo ante la posibilidad de que les corten una mano para robarles un celular o los atraviese una bala 'perdida'. 
El gobierno parece satisfecho en comentar la realidad más amarga, y hacer esfuerzos por quitarle proyección. Jorge Capitanich, de cuya militancia en la izquierda no se encuentran respaldos documentales, dice ahora que los linchamientos y el clamor contra la criminalidad son el resultado de una 'derechización'. Es llamativo, porque el peronismo siempre se jacto de interpretar ajustadamente la respiración del pueblo. No sucede eso hoy día con un estado mayor oficial donde el canto de sirena de las ensoñaciones ideológicas puede mucho más que las viejas cantilenas justicialistas. En este contexto, no resulta atinado maravillarse del clima de turbia inclemencia que se respira en las calles. Desde el oficialismo se descerrajó un tsunami de condenas a la mal llamada 'justicia' por mano propia. Claro que asesinar a ladrones y asesinos no es justicia, es gruesa y condenable barbarie. Pero, ¿por qué se llegó hasta aquí? Si los éxitos económicos y sociales de estos once años fueron tan contundentes y visibles, ¿qué pasa que la gente se arma cada vez más y muchos desaforados salen a cazar punguistas y si pueden les rompen la cabeza?
Una de dos: o en la Argentina se produjo a partir de 2003 un maravilloso ciclo derivado de un 'modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social', como reza el catecismo kirchnerista, o entre las bocanadas de 'sarasas' militantes hubo muchas más palabras que hechos innegables. Si en la Argentina se hubiera producido la maravilla de tal 'inclusión social', los episodios cotidianos de hoy serian impensables. Pasa algo parecido a lo sucedido en la Venezuela chavista. Tras quince años de 'socialismo del siglo XXI, es imposible hoy caminar por Caracas y cuando se pone el sol hay que encerrarse con cuatro llaves. ¿Cómo es que hay tanta felicidad popular, tanto carnaval y tanta alegría social, mientras las calles de barrios y ciudades se han ido acomodando al espectáculo truculento de gente que se enfrenta con ametralladoras en la mano?
Vale también enunciar algunas preguntas inquietantes. ¿Es que acaso estos once años en el poder han anestesiado la sensibilidad epidérmica de gente poderosa, abulonada en sus costosos pisos de Puerto Madero, escoltada día y noche por tipos 'calzados' y con los ojos cubiertos por anteojos de sol? Ir y venir por la vida en aviones ejecutivos y helicópteros, ¿ha terminado por quitarle capacidad de percibir la realidad a quienes gobiernan a este país desde hace once años y -encima- lo hacen derramando una insufrible catarata de necedades ideológicas?
Un episodio de mi vida cotidiana ilustra esa realidad que en el gobierno no se quiere admitir por obstinada cerrazón mental. Hace años que transito por calles como Azcuénaga y sus paralelas, entre Santa Fe y Rivadavia. Barrio eminentemente comercial, los locales comerciales de todo tipo de productos se alinean uno al lado del otro. Desde hace ya por lo menos dos, tres años, un espectáculo ominoso se ha ido haciendo evidente. Todos y cada uno de los negocios han instalado gruesas y fornidas persianas metálicas, trabadas, además, por no menos de dos o tres imponentes barrotes de metal, debidamente sellados con candados que parecen custodiar Fort Knox, el tesoro federal de los Estados Unidos en el estado de Kentucky, donde se custodian las reservas de oro de la mayor potencia del planeta.
Los comerciantes con locales en esas calles no son derechistas paranoicos; están hartos de que les roben, ante la pasividad desesperante de la policía y la impotencia de la injusticia. Desprovistos de carteles luminosos, los negocios de Once parecen por las noches las ruinas de un 'gueto' abandonado. ¿Dónde se ve ahí la alegría popular y la inclusión social de la que se regocijan los intelectuales al servicio del gobierno?

© Pepe Eliaschev
Publicado en Diario Popular

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