Finalmente, comenzaron las clases en la provincia de Buenos Aires y algunas otras jurisdicciones, luego del prolongado período de paro docente y de las negociaciones que redujeron el calendario previsto. Pero esto no debe significar para nadie, ni autoridades ni docentes ni padres ni alumnos, que se ha alcanzado una solución .En realidad, estamos ante otra etapa, no menos problemática, porque es bien sabido que el tiempo perdido es irrecuperable. Por el momento, todavía hay provincias, como Catamarca y Entre Ríos, en que el comienzo de las clases se ha logrado por conciliación obligatoria, que, por supuesto, tiene un plazo de vencimiento. En Chubut, Neuquén, Mendoza, La Rioja, Jujuy, Chaco y Misiones, hay distintas situaciones de conflicto, con paros o amenazas de paro, o con diferencias entre los porcentajes de aumento que reclaman los docentes y lo que finalmente ofrecen los distintos gobiernos provinciales.
Como ha ocurrido en otros ciclos lectivos pasados, la actividad escolar de este año se ha iniciado con la misma deuda pendiente, es decir, las jornadas de clase no cumplidas, cuyo perjuicio principal recae sobre los alumnos y sus familias, ajenos al problema que originó el conflicto. De ahí que la cuestión siguiente, una vez levantado el paro, se haya centrado en ver de qué modo se puede mitigar el hueco de actividad escolar que quedó como un interrogante en espera de propuestas viables. En tal situación, las respuestas analizadas por autoridades y sindicalistas han buscado aminorar el daño causado.
En primer lugar, como lo informaba este diario el lunes pasado, hay que pensar en que aun si se hubiera cumplido con el calendario escolar original y las clases hubieran comenzado el 26 de febrero, los alumnos hubieran tenido este año sólo 187 días de clases, como máximo, y esto sin contar los asuetos por jornadas de capacitación docente. Al haber postergado el gobierno bonaerense el comienzo de clases para el 5 de marzo, ni siquiera los alumnos de colegios privados, que no sufrieron la huelga, cumplirán con los 190 días previstos; en ese caso, apenas alcanzarían los 183 días. Otro dato para tener en cuenta sobre el número real de días de clase: por ejemplo, en 2013, el nivel secundario público porteño cumplió en la práctica un ciclo escolar de 150 días, debido a los feriados nacionales y puente, y a las jornadas de capacitación docente.
Por ello es que se vuelve urgente tratar de reparar de la mejor manera posible todo lo que se ha perdido. El primer camino, relativamente simple, es sumar días de clases, más allá de las fechas normalmente previstas, pero como esa alternativa sobrepasaría el fin del año, la opción ha sido descartada. En un acuerdo alcanzado entre la Dirección General de Educación y el Frente Gremial Bonaerense, el calendario de este año llegaría hasta el 17 de diciembre y se proponen como días de recuperación las cuatro jornadas institucionales, que serán dedicadas íntegramente a dar clase y, del mismo modo, las horas que estaban previstas para actos escolares. En segundo término, se decidió recurrir a cuadernillos empleados para tareas hogareñas, ya probados en ocasión de la epidemia de gripe A ocurrida en 2009. Y la hora dedicada a los actos escolares que tengan fecha inamovible será destinada a dar la clase que corresponde.
Los caminos elegidos son evidentemente insuficientes para la compensación buscada, salvo el hecho de que abren posibilidades que pueden ser positivas si se mantiene la aspiración de recobrar la calidad educativa de nuestra escuela, hoy tan opacada. También en el curso de la reunión entre autoridades y gremialistas se estableció que "cada escuela podrá proponer la metodología que crea poder desarrollar mejor"; es decir que, una vez más, los resultados que se obtengan dependerán en gran medida de la imaginación y la iniciativa de cada docente frente a sus alumnos.
Sabemos que siempre maestros y profesores tienen la oportunidad de crear climas motivadores de trabajo y de promover un ritmo de actividad escolar que asegure mayores logros. Aunque los recursos didácticos son eficaces, lo que gravita por encima de todo son los docentes con vocación de servicio que cada día, con su presencia y modo de actuar, promueven el interés de los alumnos y su activa colaboració. Sin embargo, y la sociedad argentina ya lo ha comprendido muy bien, no se puede hacer descansar todo un sistema educativo en la responsabilidad de un solo sector. En todo este tiempo sin clases, que pareció por momentos volverse interminable, lo que se discutía y se sigue discutiendo no es la calidad de la educación argentina, sino sólo un aspecto del circuito educativo como es el salario docente. El hecho de que por fin la mayoría de los estudiantes argentinos puedan asistir regularmente a clase no significa que tanto autoridades como sindicalistas y asesores descansen hasta el próximo ciclo lectivo, porque la educación argentina sigue sin encontrar su rumbo, y una vez más deberemos conformarnos con soluciones superficiales para salir del paso.
FUENTE DIARIO LA NACION
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